Antaño fue una próspera metrópolis ubicada en una crucial zona petrolera de Venezuela. Esa ciudad llamada Maracaibo, ya no existe.
En la actualidad está llena de casas abandonadas, algunas con aspecto de haber sido bombardeadas, porque los propietarios arrancaron ventanas y tejados para venderlos como chatarra antes de emprender viaje a Colombia, Chile y Estados Unidos. Los barrios de clase media están llenos de carteles de “se vende” y patios cubiertos de maleza.
Por las calles circulan pocos autos y hay menos delincuentes para robarlos. Las cenas de Navidad, que antes estaban repletas de parientes ruidosos, son eventos solitarios a través de las cámaras web.
Casi ocho millones de personas —más de una cuarta parte de la población— han huido de Venezuela en los últimos años, empujadas por la miseria económica y la represión política.
En ninguna otra región ese éxodo es más grave que en Maracaibo, que se ha visto vaciada por la pérdida de cerca de medio millón de sus 2,2 millones de habitantes, muchos de ellos adultos en edades comprendidas entre la adolescencia tardía y la mediana edad (la cifra poblacional se basa en encuestas porque el gobierno no ha realizado un censo oficial en más de una década).
“El primer golpe es la sensación de soledad que genera la ciudad”, dijo el alcalde de Maracaibo, Rafael Ramírez. “Esa sensación es demoledora. Te va afectando en lo emocional”.
Maracaibo, situada al occidente de Venezuela y todavía la segunda ciudad más poblada del país, se ha visto afectada por una economía colapsada, apagones rutinarios y una persistente escasez de gasolina y agua.
Muchos adultos que trabajan y buscan empleo en otros lugares han dejado a sus hijos en casa hasta que pueden establecer una base más firme, mientras los abuelos mayores llenan el vacío.
“Ahora mismo, éste es un país de viejos”, dijo Antonio Sierra, de 72 años, sentado en una silla del salón de su casa mientras miraba por la ventana las múltiples viviendas de su cuadra que están vacías.
Los tres hijos adultos de Sierra ya no están. Uno dejó un bebé, Rafael, que ahora tiene 7 años. El año pasado, incluso los profesores del niño se fueron. Sierra y otros abuelos hicieron una colecta para pagarle 2 dólares semanales a un sustituto para que diera las clases de primer grado.
Ahora, Maracaibo se prepara para otro éxodo en los próximos meses, debido a la inestabilidad del país tras las elecciones presidenciales de julio en las que el presidente autocrático, Nicolás Maduro, afirmó haber ganado, a pesar de que el recuento de votos divulgado por la oposición mostraba que había perdido de forma decisiva.
Su gobierno ha desatado una brutal campaña contra cualquiera que cuestione los resultados electorales, y con Estados Unidos entre los muchos países que han rechazado la victoria de Maduro, es muy poco probable que las sanciones estadounidenses que han agravado los problemas económicos de Venezuela se flexibilicen pronto.
Una salida masiva de los cada vez más escasos médicos, enfermeros, trabajadores sanitarios y conductores de autobús del país sería aún más brutal en Maracaibo, donde muchos de los que ejercían esos trabajos ya se han ido.
Ramírez añora los días en los que las empresas celebraban conferencias en Maracaibo y cuando la petrolera estatal producía tanto petróleo en un lago cercano que sus trabajadores disfrutaban de un cómodo nivel de vida.
“Era una ciudad petrolera, una ciudad en la que se había diseñado un centro de convenciones para que todas las industrias, la gente, la industria petrolera, viniera para acá”, dijo Ramírez. “Esa ciudad no volverá. Hay que reinventarlo”.
El fuerte aumento de la emigración desde Maracaibo, según el alcalde, comenzó hace aproximadamente una década. Se produjo tras el colapso de la empresa petrolera estatal, provocado por la corrupción, la falta de inversiones y las purgas políticas de empleados cualificados, y agravado por las sanciones de Estados Unidos.
En 2019, un enorme apagón nacional desencadenó días de saqueos en Maracaibo y empeoró la situación. El estado de Zulia, cuya capital es Maracaibo, limita con Colombia, lo que facilita la salida terrestre para las personas que no pueden pagar un pasaje aéreo (el suministro eléctrico volvió a interrumpirse el viernes, cuando un gran apagón cortó la electricidad en todo el país).
Una encuesta reciente encargada por la Cámara de Comercio del Zulia mostró que casi el 70 por ciento de las familias entrevistadas tenía un familiar directo fuera del país.
Al menos la mitad de las personas encuestadas para otro sondeo encargado por la alcaldía de Maracaibo dijeron que estaban pensando en emigrar, una cifra considerablemente superior a la tasa nacional de 30 por ciento de los encuestados que expresaron su deseo de irse, dijo Efraín Rincón, consultor político que realizó las encuestas.
Rincón dijo que ante esta realidad, se está viendo que la proporción de personas mayores está creciendo, pero no de forma orgánica: simplemente hay menos personas jóvenes.
Mucho estaba en juego en las elecciones del 28 de julio, cuando Maduro se enfrentó a Edmundo González, un diplomático retirado que ocupó el lugar de una candidata opositora más popular, pero que no pudo postularse porque el gobierno la inhabilitó.
Los escrutinios recogidos por los observadores electorales mostraban que González había ganado con facilidad. El gobierno dice lo contrario, pero más de un mes después de las elecciones, las autoridades aún no han publicado los resultados de las circunscripciones electorales.
Mucha gente, incluso los partidarios del mentor de Maduro, el expresidente Hugo Chávez, habían contado con un triunfo de la oposición para comenzar a revertir la suerte del país y lograr que sus seres queridos regresaran.
María Corina Machado, la líder de la oposición a la que se impidió postularse, convirtió ese deseo en la piedra angular de la campaña de González.
Sin embargo, el gobierno reprimió rápidamente las manifestaciones en los días posteriores a las elecciones, deteniendo a unos 2000 manifestantes, activistas, periodistas y políticos.
Como el gobierno de Maduro no nuestra ninguna inclinación a negociar una solución a la crisis electoral, los niveles de migración a finales de este año serán dramáticos, afirmó Mirla Pérez, profesora e investigadora de ciencias sociales en la Universidad de Venezuela Central.
Pérez afirmó que los migrantes suelen dejar atrás a sus hijos al principio y luego los mandan a buscar, cuando tienen una buena situación económica. Con el tiempo, también sacan a sus padres.
En un viaje reciente al aeropuerto de Maracaibo se encontraron varias personas, entre ellas varios adultos mayores, que partían para reunirse con sus hijos adultos en España y Argentina. Los taxistas que hacen el trayecto de tres horas hasta la frontera colombiana informaron sobre las largas colas de venezolanos que se marchaban a pie.
De vuelta en Maracaibo, cientos de miles de personas mayores se encuentran en condiciones precarias, según afirma Convite, una organización sin fines de lucro, y ganan alrededor de 3 dólares al mes en prestaciones de jubilación. Aunque la mayoría recibe algún dinero de familiares en el extranjero, las encuestas de Rincón mostraron que la cantidad promedio era inferior a 25 dólares al mes.
El gobierno de Maduro, en un aparente reconocimiento del problema, creó un Ministerio para Adultos Mayores para garantizar el acceso a la atención médica, la alimentación y los servicios públicos.
La esposa de Sierra, Marlenis Miranda, de 68 años, dijo que gestionaba las tareas de la casa en función del horario en que había electricidad y agua disponibles.
La electricidad llega una vez a la semana, a veces cada dos semanas. Cuando abre el grifo, más o menos cada semana, llena cuatro barriles enormes para usarlos el resto de la semana y reutiliza el agua de la ducha para los inodoros.
Su hijo, un expolicía, conduce un Uber en Texas, mientras que su hija trabaja en una guardería en Vermont. Otro hijo, que en 2013 fue el primero de la familia en marcharse, es diseñador gráfico en Barcelona.
Después de que dos de los hijos de Edith Luzardo se marcharan de Maracaibo a Estados Unidos, ella se quedó criando a sus dos nietos. Cuando The New York Times la visitó en julio, se lamentaba de que solo quedaban cinco personas en una casa donde antes vivían 24.
Debatió si esperar a ser aprobada para entrar en Estados Unidos en virtud de un programa migratorio especial del gobierno de Biden, pero en agosto se suspendió brevemente.
Dos días después del anuncio de la suspensión, Luzardo decidió tomar la misma ruta peligrosa que han seguido muchos venezolanos, a través del Tapón del Darién, un territorio selvático que conecta Centroamérica y Sudamérica.
“Yo no tengo miedo”, dijo Luzardo, de 66 años. “Soy fuerte”.
Con poco dinero, Luzardo, uno de sus hijos y los dos nietos que había estado criando se quedaron varados unos días en Costa Rica antes de llegar finalmente a México, según su hijo.
Xiomara Ortega, de 68 años, dijo que había tantas personas planeando irse si Maduro ganaba que cree que va a ser la única que se va a quedar en su barrio de Maracaibo. Dos de sus hijas están en Colombia, y Ortega está criando a seis nietos.
La mayoría de los días no tiene agua ni dinero para comprarla. Barre los patios de los vecinos para conseguir dinero extra y roba electricidad de un poste cercano. Mira a su alrededor y cuenta tres casas vacías.
“No queda nadie”, dijo Ortega. “Me quedaré yo”.
The New York Times